Culminada la fase de grupos, es tiempo de
ensayar un balance. El aterrizaje del TTR a la tercera y última división de la
Liffa –descenso merecidísimo, inapelable- supuso algunos cambios en la impronta
del equipo.
En primer lugar, volvió el técnico, Marhumo
Rivero. Lo hizo después de un retiro semestral que empleó en reflexionar sobre
las incógnitas estratégicas del balompié, las últimas técnicas proactivas de
motivación en vestuario y los alcances de la magia negra en el deporte. El equipo,
durante ese paréntesis, se vio obligado a reconocer que el problema no era la
conducción técnica sino, precisamente, el equipo.
Bien, Marhumo volvió. Trajo consigo una lista
con condiciones, una rutina de entrenamientos, las mismas mañas de siempre.
“Sí, sí, Marhumo”, palmadita en la espalda, dos prácticas llenas de gente y
vuelta a la normalidad. Trajo consigo, también, un discurso renovado,
renovador, alusivo al cambio, a la actitud, al compromiso.
Sin embargo, mientras silabeaba
“com-pro-mi-so”, pausadamente, con énfasis, algunos de los nuestros ya se
cortaban en la esquina. Hubo que conminarlos con severas amenazas para que volvieran (informaciones extorsivas que circulan en la noche) y volvieron nomás y arrancó el campeonato. Se vio un TTR
desconocido. ¡Se jugaba el fútbol! Al fútbol, sí, no a la pelota. ¡Se ganaba!
Las amas de casa se juntaban en los almacenes para comentar los temas del
momento: Pluna y el Tiki Tiki ganando partidos.
Pero esta racha maravillosa, esta embriaguez
de triunfos rutilantes, no podía ser perfecta. Se perdió un partido y la
incontestable endeblez anímica del grupo afloró una vez más; racha lamentable.
Comenzaron las miradas de soslayo, los rumores malintencionados, las teorías
conspirativas. Fiel a su costumbre, el plantel asumió la gravosa responsabilidad de encontrar un chivo expiatorio; alguien que lo eximiera de
culpas. Y todas las miradas confluyeron en Marhumo. Pero Marhumo se apuró a
salvarse: “yo prometí 10 puntos, ya cumplí”. Ya sé, gritó uno, el arquero,
Benji. Todos aprobaron. Los partidos se perdían uno atrás del otro; la culpa, nadie lo dudaba, era de Benji.
Ahora pasemos al último encuentro, contra Ninea,
que merece un comentario puntual. El elenco amarillo se jugaba la clasificación
a los play off: tensión, nervios, pesada carga emocional.
El comienzo fue alentador. Penal a favor:
convierte la Tota Borges. Minutos después, una pelota devuelta por la defensa
es peleada por Pantunfla Sánchez, quien ensucia la jugada para que termine,
tras varios entuertos, con gol de Seba C. Los compañeros, dentro del campo, ya se
preguntaban donde será el próximo asado rocketero; el local deberá ser lo
suficientemente amplio para albergar el ego del delantero. En fin, 2 a 0 y
entretiempo.
La segunda mitad, empero, mostró el rostro más
amargo de este equipo, que está dispuesto a descender hasta los aposentos más
bajos del sufrimiento. En un rato Ninea se ponía 2 a 2, mediante furibundos
remates de larga distancia. Resignado, inerme, abucheado, Benji iba a buscar la pelota a las redes. Benji, una vez más, tenía la culpa.
Expiraba el partido cuando un pase en
profundidad encuentra a Usain Rivas solo en el área rival. El delantero, titubeante,
indeciso, prorrogaba la definición. Segundos que fueron horas, espesas gotas de
tiempo. El corazón de los hinchas pendía de un hilo y el short más ochentoso de
la Liffa no soltaba el remate.
“Este muerto que lo cargue otro”, sentenció
Rivas y cruzó un pase al segundo palo. Allí, Pantunfla Sánchez resuelve con
justa puntería y pone al TTR en la próxima instancia del campeonato. Gritos, euforia, algarabía. Hondos suspiros de alivio por parte del arquero.
La cerveza postpartido fue la más rica en lo que va del 2012. Lo que viene, ya se
verá.